Un estudio reciente del Banco Mundial (BM) y UNICEF revela que aproximadamente 412 millones de niños menores de 18 años en el mundo viven en hogares con ingresos inferiores a 3 dólares diarios en 2024. Aunque desde 2014 la pobreza infantil extrema ha disminuido, cuando alcanzaba los 507 millones la reducción ha sido más lenta que en la población adulta. Los niños representan más de la mitad de las personas en pobreza extrema, pese a constituir solo el 30% de la población mundial.
Los últimos datos de Unicef estiman que más de la mitad de las personas en situación de pobreza en América Latina tienen menos de 25 años, a pesar de que este grupo representa el 39% de la población total. En términos absolutos, alrededor de 94 millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes son pobres, lo que equivale al 52% del total de personas en pobreza. Mientras que la incidencia es especialmente grave entre los menores: el 43% de los niños y niñas vive en situación de pobreza, es decir, 4 de cada 10 menores de 15 años. En contraste, entre la población de 25 años o más la tasa se reduce al 23,1%.

La brecha urbano-rural confirma las desigualdades estructurales. En 2024, mientras en las ciudades la pobreza extrema infantil se redujo a 3,5%, en el área rural aún alcanzó 11,1%. Una diferencia similar se observa en la pobreza no extrema, que afectó al 22,5% de la población infantil rural frente al 23,0% de la urbana. El contraste se amplía si se observa la categoría de “no pobres”: en zonas urbanas el 73,5% de los menores de 18 años se ubica en este grupo, mientras en el campo llega al 66,4%. Estas diferencias confirman que la ruralidad sigue siendo un factor de vulnerabilidad para la infancia, tanto por las limitadas oportunidades educativas y laborales de los hogares como por la menor disponibilidad de servicios básicos.
En línea con la posición del BM y UNICEF, el crecimiento económico por sí solo no basta para erradicar la pobreza infantil a nivel mundial. Se requieren inversiones en infraestructura, capital humano e instituciones, además de políticas de protección social amplias y sostenibles. La elección política es clara: garantizar acceso universal a salud, nutrición, educación y sistemas de apoyo social para romper el ciclo de privación desde la infancia.
Para América Latina y el Caribe, el reto es doble. La región debe consolidar los avances contra la pobreza adulta y, al mismo tiempo, aplicar medidas específicas orientadas a la niñez. El desafío es transformar el crecimiento económico en verdadera inclusión social, priorizando a los niños más vulnerables para evitar que la desigualdad limite el desarrollo futuro.