La fiebre del tango resuena en Buenos Aires durante su festival mundial
Buenos Aires, un vibrante epicentro del tango, se transforma cada año en un refugio para bailarines de todo el globo. Este mes, la ciudad argentina celebra su icónico festival de tango, un evento que atrae a miles de entusiastas del baile que buscan conectar a través de la música y el movimiento.
El festival, que incluye clases, milongas –los tradicionales bailes de tango– y espectáculos, ofrece una experiencia cultural rica que dura casi 300 horas en un par de semanas. A medida que la gota de sudor resplandece en la frente de los bailarines, se puede sentir la energía incesante que se despliega en el aire. Desde la mujer que bailó el primer tango y desató una epidemia de baile en 1518, hasta los cientos de parejas que anualmente se congregan en la capital argentina, el tango sigue siendo una forma de arte que cruzo generaciones.
A media tarde, y con la ciudad aún en calma, el salón El Bisa comienza a cobrar vida. Al ritmo de la orquesta de Carlos di Sarli, una veintena de parejas abraza el piso con un vaivén apasionado. “El tango es más que un baile; es una conexión”, manifiesta Wayne Campbell, un maestro de yoga estadounidense que ha viajado hasta Buenos Aires, atraído por la experiencia de la milonga. “Es mi primera vez aquí, pero ya planeo regresar. Los abrazos en el tango son inolvidables”, señala, mientras sus pies se mueven al compás de la música.
Las milongas varían en estilo y ambiente: algunas son rigurosamente formales, con códigos que se han respetado por generaciones, mientras que otras son más relajadas y permiten una mayor libertad de interacción. En Buenos Aires, se considera deshonroso romper la dirección del baile o interrumpir la danza. “El respeto por las normas es fundamental”, añade un habitual de las milongas, mientras observa cómo las parejas giran al ritmo de la música, atrapadas en un mundo que trasciende el tiempo.
El festival cobra vida con la participación de 850 parejas que compiten en la Copa Mundial de Tango, que se celebra anualmente y sirve de plataforma para que bailarines de todo el mundo muestren sus habilidades. Javier Tobar, un bailarín chileno que ha tenido un éxito notable en su país, se enfrenta a un reto: “El nivel de técnica de los argentinos es sorprendente. Aquí, todo está en un nivel superior”. Sus palabras resuenan con muchos competidores, quienes reconocen el abismo que existe entre las distintas escenas de tango.
Entre los asistentes, los organizadores también juegan un papel vital en la experiencia milonguera. Paula Crosa, organizadora de la Milonga de Mulher, comparte su historia familiar. “Mi madre fue una gran gestora en el bienestar de la vida nocturna de Buenos Aires”, confiesa. La comunidad que se forma en torno a las milongas es fuerte, con lazos que perduran a través del tiempo. “Aquí no solo bailamos, construimos relaciones y amistades”, comenta Robert, un habitual de 74 años que ha pasado gran parte de su vida entre milongas.
Mientras la noche cobra vida, la música de Carlos Gardel resuena en el aire, evocando nostalgia y pasión entre los asistentes. En el bar Milongas Do Sanata, los bailarines disfrutan de la mezcla de risas, confidencias y alegría que comparten al ritmo del tango. La escena se complementa con un menú musical que hace alarde de una rica tradición y una nueva generación de talentos que está surgiendo en la ciudad.
El ambiente es electrizante, y el aire se calienta con cada paso y cada giro. “A veces, esto se siente como una celebración continua. Venimos, bailamos, reímos, y el ciclo nunca parece finalizar”, dice Manuela Bragagnaro, un joven historiador italiano que se enamoró de la cultura del tango. Con cada competencia, cada baile se convierte en una oportunidad para descubrir no solo la técnica y el ritmo, sino también la esencia que reside en el corazón de cada bailarín que pisa el escenario.
La Copa Mundial de Tango, que reúne a competidores de diversos países, representa un crisol cultural donde la habilidad y la tradición se entrelazan. Así, Buenos Aires sigue siendo el faro del tango, un lugar donde los corazones laten al compás de la música y donde cada abrazo y cada baile cuentan una historia que se ha transmitido a lo largo de generaciones. Con cada paso en la pista de baile, los participantes celebran la vida, el amor y, sobre todo, el arte del tango.