En una escena familiar muy típica, el adolescente incomprendido y víctima de la estrechez mental de sus padres se quejaba con la abuela. La anciana, atalaya de los nietos y llena de sabiduría traducida en sabios consejos, se limitaba a escuchar las razones del chico, sumamente ofuscado porque le prohibieron asistir al concierto de un artista de moda del momento.
Cuando terminó, con un largo suspiro y esperando las palabras de aprobación de su paño de lágrimas, la mujer se acomodó en el sillón, lo miró con ojos amorosos y le dijo: “Mira Pedrito, quizás no sea lo que esperas escuchar, pero tus padres están haciendo lo correcto”. Observó como el nieto se movía incómodo en la silla frente a ella antes de continuar: “Se preocupan por vos, vas al colegio todos los días, si te enfermas no duermen hasta que te baja la fiebre… ¿y eres capaz de quejarte porque no te dan permiso para ir a un concierto?”.
Esto cambió radicalmente cuando, un par de semanas más tarde, una organización social dio una charla en su colegio relacionada a la construcción de viviendas para gente en situación de extrema pobreza. Como ocurre con miles de jóvenes voluntarios cada año, tomar conciencia de las necesidades de los habitantes de asentamientos y la posibilidad de dignificar la forma en que viven, resultó en comprender mejor las desigualdades y asimetrías que existen en la sociedad, como también la posibilidad de colaborar para estrechar esta brecha.
Estos lugares, que se comenzaron a poblar décadas atrás como una solución precaria al problema suscitado por la inmigración de la gente desde el campo hacia la ciudad, por un lado, y el desplazamiento de las clases menos favorecidas hacia sitios marginales, por el otro, constituyen hoy verdaderos cinturones de pobreza que rodean las ciudades. En muchos casos, algunos de ellos también están ubicados dentro del área metropolitana. Y por las condiciones de extrema necesidad que se vive en ellos, son caldo de cultivo para el tráfico de drogas, prostitución y reducción de mercadería robada. Por eso mismo la imperiosa necesidad de trabajar sobre este eje y mejorar las condiciones de los mismos y de sus habitantes.
A través de este programa, y trabajando enfocados en la calidad de vida de la gente, se les permite ampliar sus horizontes y esto contribuye a que todo el entorno mejore. “Con cada tormenta, no podía dormir pensando en que mi techo podía volar, o que el piso se iba a inundar. Tenía miedo por mis hijos, pero ahora con nuestra casa estamos tranquilos”, así el testimonio de una madre beneficiaria, que resume en pocas palabras el enorme alcance de lo que representa un hogar digno para las personas.